sábado, 29 de enero de 2011

Hacía tiempo que no actualizo, y mucho.

También hace mucho que no escribo. Eso puede ser bueno.

Todo ha cambiado en poco tiempo.
He madurado como nunca,
toca vivir de mi cuento.

Ahora salgo y sonrío, deseo vivir de nuevo.
Cada día un poco más,
recordar mil cosas de antes que son tesoros.

Recordar el olor a casa, saludar perros, el "no pongas el chaquetón ahí, y sube la maleta a tu cuarto antes de que la acribillen los gatos". Mirar el teléfono y ver que todo está en su sitio. Tengo la ilusión del presente y las ganas de todo.

Ahora ha cambiado mi alma. Hasta ella ha aprendido la necesidad de estar siempre a la altura. Dar el gran paso del abismo que separa el corazón de una niña y lo convierte en latidos de mujer. Se podría decir así, que empiezo a conocerme. Y también, que espero no acabar nunca.

Ya pasó el primer cuatrimestre en Lisboa, no fue bueno ni acabó mejor, pero acabó. Por suerte el año nuevo impuso esa nueva vida que me inunda. Ya no tengo miedo a ser alguien ni ando escondiendome por las esquinas. Voy coloreando mi nombre.

Tengo que decirlo, me encanta el idioma. El "bom dia!" de la vecinita de abajo, que abre corriendo la ventana cuando nos escucha salir sólo con la intención de saludar. Toda la ciudad inundada de versos, un ambiente de "saudade",pero a su manera.

No es un lugar triste. Sólo un poco bohemio, pero gusta saborear el sonido de sus calles. El tranvía pasar y todo lleno de turistas a cualquier hora. Lo extraño de entrar a un bar y no entender ninguna de las conversaciones cercanas. O ahora, que empiezo a entenderlo todo y sonrío al curiosear un poco en la vida de los vecinos.

No es un lugar solitario, aunque antes sentí que era así. Hay riqueza y también hay que aprender a sacarle partido. Es difícil hablar con un luso ("alfacinhos", los llaman cariñosamente desde otros lugares del país). No son gente abierta, pero seguro que alguien se escapa que merezca la pena.

Puedo decir que he aprendido una lección muy básica pero en un contexto que se me quedó grande. Tuve que alejarme 900 Km para caer y levantarme. Es algo irónico, pero bueno, ahora estoy de pie, y nadie, y sobre todo, nada, me va a hacer caer.

Hay que aprender a ser bueno con quien es bueno, y a ser justo cuando las cosas se tuercen. Es algo así como cerrar los ojos y actuar. Y actuar. Sin más.

Voy creciendo en salud emocional.

Y además, no podría escribir aquí sin mencionar todo aquello que hace ponerme de pie y salir adelante,

Para ser feliz hay que juntar las estrellas despacio, con las manos, y empezar a moldearlas. Para ser feliz hay que ser capaz de disfrutar, salir adelante sólo con lo que llevas puesto.

2 comentarios:

Peace and Love dijo...

si te parece que 900 km son muchos, te dire que yo tuve que recorrer casi 10.000 km para eso mismo, y aunque al principio es duro, merece la pena :)

Persefone dijo...

es algo que todo el mundo pasa... es bueno ser feliz