Me disfrazo de tinieblas en una noche callada,
escucho pasos y risas más allá de la ventana,
hipócritos latidos de cuerpos borrachos.
Me asomo desde el sofá, sin pararme a estirar las piernas,
miro, y sólo veo tierra.
Me disfrazo del árbol de enfrente,
ya de día, entre almas que amanecen alarmadas,
y sonrío cuando ríe el niño al que le roban la nariz.
Soy la cristalera del bar que huele a café,
la silla coja y la mesa que tiembla.
Soy el zumo del sano,
y la tostada del hambriento.
Soy las manos, las llaves, soy los ojos,
el chaquetón, aun sin calentar, que desprende frío.
Soy un día lluvioso y el olor a nuevo de las calles.
Soy cada pequeño detalle que me devuelve a la vida,
casi sin darme cuenta, cada mañana. Mientras despierto
acurrucada aún entre las mantas.
Soy... sueño. Y tus latidos en silencio.
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