Desdichada infancia de lobos que devoran nuestras almas sin piedad,
pequeñas manos llenas de virtuosas creaciones
que desgastan destreza con lápices de colores.
Sonrisas de terciopelo en miradas que encandilan la más fría pared,
y algún tropiezo con llanto de amapolas, el abrazo corrosivo cuando siente doler.
La mezcla perfecta del placer cotidiano,
en ojos de un dulce corazón.
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